Convencido como Hipócrates de que la dieta puede ser la
mejor herramienta preventiva frente a las llamadas enfermedades el ya citado
doctor Talalay ha consagrado su
carrera al estudio de los efectos protectores frente al daño celular y el
cáncer de distintas variedades de verduras. Y fruto de su ingente trabajo este
investigador elaboraría una especie de estrategia quimio-protectora que
consiste en sacar partido de las enzimas de detoxificación de la
Fase II del organismo, aquellas que nuestro
cuerpo produce para neutralizar tanto las sustancias químicas potencialmente
carcinógenas, como los radicales libres –responsables del envejecimiento y del
daño celular- antes de que puedan dañar el ADN e iniciar el desarrollo del cáncer y otras enfermedades.
Pues bien, sería como resultado de esa
investigación que el doctor Talalay y su equipo aislaron e identificaron en
1992 el sulforafano- y su precursor
natural: el sulforafano glucosinolato-descubriendo
que este compuesto natural presente en el brócoli- en concreto emplearon la
variedad llamada Brassica Oleracea Italica- es el más potente estimulador
natural conocido de las mencionadas enzimas de Fase II. Además desentrañaron
sus mecanismos antioxidantes y dedujeron que funciona de forma indirecta. Es
decir, que no neutraliza directamente los radicales libres como sí lo hacen
antioxidantes directos –las vitaminas C
y E o los betacarotenos, por
mencionar algunos- sino que lo logra induciendo o estimulando la actividad de
esas enzimas detoxificadoras que, según explica Talalay, “actúan como un mecanismo de defensa al provocar una actividad
antioxidante amplia que neutraliza muchos radicales libres haciendo el ciclo
una y otra vez antes de que puedan causar el daño celular que podría llevar a
mutaciones y provocar cáncer”. Aclararemos que los efectos de los
antioxidantes indirectos como el sulforafano pueden además durar días pues
crean una especie de “ejército” de antioxidantes preparado para neutralizar los
radicales libres mientras los antioxidantes directos sólo neutralizan cada uno,
una molécula de un radical libre y se destruyen durante el propio proceso. De
ahí que los indirectos resulten más eficaces a la hora de estimular a las
células para protegerse frente a cualquier patología, cáncer incluido.
Pero, ¿qué son esas importantes enzimas
y cuáles son sus funciones? Bien, pues estas enzimas detoxificadoras –tanto las
de la fase I como las de la fase II- son enzimas hepáticas a las que se
considera la primera línea de defensa del cuerpo frente a las enfermedades. Y
adelantamos que el funcionamiento armónico de ambas familias es esencial para
que el organismo pueda protegerse de forma efectiva de todo tipo de sustancias
tóxicas a las que está expuesto en todo momento. Armonía que es fundamental
porque resulta que esos dos grupos de enzimas trabajan el uno contra el otro de
manera que sólo cuando sus efectos contradictorios se equilibran se consigue
esa eficaz protección frente a la
enfermedad. Lo explicamos:
Por un lado,
las enzimas de la fase I se encargan de localizar las sustancias tóxicas y
carcinógenas que han entrado en el cuerpo- por la dieta, por la contaminación
del entorno, por la exposición de toxinas, etc.- y hacerlas más reactivas –es
decir, potencialmente más cancerígenas-, más solubles en agua y más fáciles de
eliminar del cuerpo por la acción de las enzimas de fase II. Cuando éstas son
activadas por algún componente de la dieta –como es el caso del sulforafano- el
cuerpo es más capaz de detoxificar los reactivos producidos por las enzimas de
fase I, bien atacándolos directamente, bien volviéndolos inertes y favoreciendo
su expulsión del organismo por los mecanismos de depuración habituales.
Pero si se
rompe el equilibrio de este sistema podría ocurrir que la fase I activara
carcinógenos que la fase II no pudiera eliminar y entonces se producirían daños
que conducirían a la enfermedad.
Andrés Acosta
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