25 nov 2013

EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA FITOMEDICINA EN LATINOAMÉRICA - PARTE I

EVOLUCIÓN HISTÓRICA DE LA FITOMEDICINA EN LATINOAMÉRICA

 

 El desarrollo de la fitoterapia en el centro y sur de nuestro continente está muy relacionada con la actividad desarrollada en las distintas etnias por las figuras de chamanes y curadores. Si hacemos un correlato cronológico, es menester mencionar que de acuerdo con los vestigios esqueléticos y fósiles hallados en América, se calcula la llegada del homo sapiens a estas latitudes se remonta a unos 20 mil o 30 mil años de antigüedad. La teoría migratoria a través del estrecho de Behring por parte de nómades asiáticos es la más sostenida hasta el momento, los cuales realizaron un primer asentamiento en las praderas norteamericanas dando origen a la cultura Sandia considerada la más antigua de América. 
 Supuestamente, cada una de las razas emigrantes empujaría a las anteriores, originándose de ese modo la dispersión hacia el sur, pasando por México, Centroamérica y el istmo de Panamá. A la altura de Colombia se habrían bifurcado,  y unas tribus continuaron por la región andina hacia el cono sur, y otras por la llanura del Orinoco rumbo al actúa Brasil. 

 En la República Argentina, se consideran representantes de estas corrientes inmigratorias a los Huárpidos y los Patagónicos, con una antigüedad cercana a los 10 mil años. 
 La última corriente migratoria correspondió a la era neolítica, con navegantes provenientes de Asia que ocuparon las zonas de Melanesia, Indonesia, Polinesia e Isla de Pascua. Restos de estas culturas fueron hallados en Panamá y Colombia, puntos donde al parecer se mezclaron con poblaciones ya existentes, tomando así diferentes rumbos hacia el norte o el sur y conformando nuevas tribus que se conocieron con los nombres de Arauac, Caribes y Tupí-guaraní. Estos últimos ocuparon las regiones norte y litoral de Argentina. 
De las primitivas inmigraciones asiáticas fueron surgiendo importantes focos de civilización los que practicaron  un arte muy similar al de Egipto o la India y una y una ciencia muy evolucionada capaz de trepanar cráneos o imaginar el cero como símbolo de la nada. Se trataba de civilizaciones de tipo esclavista que, a medida que iban anexando pueblos, fueron imponiendo sus costumbres y creencias. Entre éstas existía la plena convicción de relacionar la enfermedad con espíritus rituales esotéricos.
 Llama la atención que existe plena coincidencia del concepto mágico-religioso de la salud y la enfermedad entre todos los pueblos primitivos, aun aquellos que por su lejanía jamás estuvieron conectados entre sí. Existía en todos ellos la creencia de un poder sobrenatural muy diferente al de toda fuerza material conocida. A esa extraña fuerza se la conoció con el nombre de maná. 
 En la religión melanesia se tiene la creencia de que existe en el mundo un poder sobrenatural que pertenece al mundo de lo invisible., y su culto es la puesta en práctica de los medios que pueden hacer obrar  ese poder en su beneficio. Sería el hechicero quien está virtualmente "cargado de maná" y obra en consecuencia. Por lo general los hechiceros incorporan la palabra maná a su nombre. De ahí tenemos nombres como Peimaná, Gismaná, etc. 
 En África, el maná se conoce como hashina, en América del Norte (territorio Sioux) se le dio el nombre de wakan y en Australia churinga. De la creencia del maná, tanto en India como en extremo Oriente se llega a la idea de Dios. Para el sociólogo A. Van Genep, la creencia del maná está íntimamente ligado al concepto moderno de energía. Nos refiere el autor:
 "El hombre primitivo piensa que hay una fuerza misteriosa oculta que está en todas partes, que penetra todo, que hace germinar las plantas, que las hace madurar y cargarse de frutos, que hace desarrollar embriones animales, que rige los movimientos del sol y hace crecer a los niños. Esa extraña fuerza es el maná."
 
A medida que el hombre fue evolucionando, comienza a interpretar sus sueños como mensajes divinos o a entrar en estados de "trance" luego de conocer las primeras plantas alucinógenas. Es así que nuestros primitivos habitantes americanos heredaron el chamanismo, costumbre muy adentrada en los pueblos de Siberia y Asia Central. Estos curadores existen aún en nuestros días y conservan muchos rituales milenarios; para los etnólogos es de sumo interés conocer su arte y sus costumbres.

 La palabra chamán deriva del vocablo tungusu-manchuriano "saman" que significa: conocer. Precisamente, su arte del conocimiento (referido a clarividencia; precognición y conocimiento de las hierbas y animales) los distinguía del resto. Los antecedentes del chamanismo datan de por lo menos 20 mil años de antigüedad, y se evidencian a través de hallazgos arqueológicos como los efectuados en Polinesia, Japón, China Septentrional, Sudamérica, Centroamérica, África, Australia y Pacífico Sur. 
 Para el Chamán, toda dolencia se origina en una amplia variedad de causas; la violación de un tabú, la enemistad de un dios, la posesión del paciente por fuerzas hostiles, etc. Es por ello que el chamán debe investigar la causa que aqueja al paciente, y en tal sentido realiza sus "viajes" en estados de trance o alucinatorios que permita encontrar al espíritu que guíe o intermedie la curación.

 En general el acto chamánico se realiza de noche, junto a un río, cueva o en la cima de una montaña. El enfermo es parte del acto, al igual que algunos integrantes de la tribu que acompañarán con sus danzas y bailes el acto de curación.  El fuego y la luna dan la luz necesaria  y son parte ineludible del escenario montado. El chamán suele disfrazarse con vestidos muy llamativos y de vivos colores, sus inseparables acompañantes con un espejo, un tambor y en ocasiones un sonajero. 
 Para la psicología el hecho de que el chamán acepte tratar al enfermo, sumado al aura de omnipotencia que transmite su presencia, ya crea en éste la expectativa de la curación. El paciente ya no se siente solo en la lucha contra los poderes maléficos que la han invadido. El rito chamánico finaliza por lo general, con un plan terapéutico: masajes, hierbas, prescripciones dietéticas o ayunos y amuletos que debería llevar el paciente durante el período de curación: un collar de cuentas, una imagen en madera o arcilla o una cuerda anudada. 

El chamán era el producto de la "elección de los dioses". También podía heredar de un ancestro esas facultades o haber recibido señales "divinas" desde el cielo (rayos por ejemplo). Sin embargo debía reunir ciertas pautas que lo hiciera distinto al resto. Por ejemplo, quienes habían sufrido algún trastorno mental importante (epilépticos, esquizofrénicos, etc.) podían llegar a ser chamanes. Aunque en general eran hombres, las mujeres también podían ser elegidas. Entre los araucanos, tenían preponderancia los homosexuales pasivos, quienes incluso se vestían de mujer en las ceremonias. Con el tiempo, fueron reemplazados por las mujeres, a las que se conoce con el nombre de "machi". 
 Respecto a la  personalidad del chamán nos dice Armando Pérez de Nucci: "...generalmente es vivaz, despierto, intuitivo y ágil para ubicarse rapidamente en la situación psicológica del enfermo; y con pocas preguntas llega a hacer un diagnóstico, aprovechando el perfil de quien ha concurrido a su consulta". 
 Por supuesto no podían estar ausentes elementos de la naturaleza a los que consideraban sagrados, por ejemplo piedras o el caso del árbol de canelo. Las piedras siempre estuvieron asociadas con el poder divino, ya que forman parte del contexto natural en el cual vive el hombre. De ahí que los altares siempre estaban puestos encima de piedras. 
Los elegidos aprendían durante años al lado de su maestro tanto las técnicas mágicas, como los procedimientos quirúrgicos y la utilización de las plantas medicinales. El ámbito de aprendizaje era por lo general nocturno, ya que era el ideal para lograr concentración, quietud y contacto con otras almas. De ahí que muchos actos curativos fuesen realizados de noche. 
 El concepto de magia debe entenderse dentro del contexto de la relación del hombre (microcosmos) con el universo (macrocosmos), definiéndose como la capacidad para trabajar con las fuerzas del universo y producir los efectos deseados a voluntad mediante hechizos, encantamientos o ciertos rituales. Respecto a este punto, señalaba Freud que la eficacia de la magia partía del supuesto de la superioridad de los hechiceros, de su convicción del conocimiento que tenían y de su confianza ilimitada en el poder suprahumano del cual estaban poseídos. La omnipotencia era constituyente permanente asimilable a una neurosis compulsiva o una paranoia. 
   Como ingredientes del arte chamánico figuran los denominados fetiches, especie de estatuillas o esculturas que acompañaban el ritual de curación. La palabra fetiche proviene del francés fétiche y ésta del latín facticius, cuyo significado es encanto o sortilegio. En realidad, el fetiche debería sus "dotes mágicas o curadoras" a las fuerzas que lo habitan y que provendrían de la naturaleza, siendo el chamán el conductor de esas fuerzas. 
 Al respecto dice Javier Lentini "... todos estos objetos transmiten un sentido de dominio o de comunión con acontecimientos imprevisibles y poderes invisibles y misteriosos. Imponen significados y valores humanos a un mundo diferente, un mundo que por sí mismo carece de significados o valores asequibles a la inteligencia humana". 
 Para los historiadores Magrasi y Radovich, uno de los hechos más importantes en el éxito de estos curanderos se basa en el mantenimiento de una relación personalizada con el paciente, además de la identidad social y lingüística que los une y por la adopción de una actitud paternalista y solidaria. 
En una misma línea de pensamiento refiere Margaret Loock "...cuando a un médico occidental se le pregunta acerca de las causas de las enfermedades, hablará sobre las bacterias o los desórdenes fisiológicos; un chamán, en cambio, probablemente mencionará la competencia, los celos, la avaricia, las brujas, los maleficios, los malos actos de un miembro de la familia del paciente o algún otro aspecto en el cual el paciente o sus parientes hayan fallado en mantener el orden moral...".
 Al respecto, decía el ex director adjunto de la Organización Mundial de la Salud T. Lambó: "... los médicos brujos o curanderos tradicionales no son menos útiles que los psiquiatras y psicoterapeutas de los países occidentales. A pesar de la civilización tecnológica, los hombres necesitan participar en ritos, cualesquiera sea el culto al que pertenecen". 
 Yendo aún más lejos, el famoso Dr. Albert Schweitzer decía: "... los éxitos profesionales de los curanderos son tan importantes como el del resto de los médicos..." a lo cual agregó: "...cada paciente lleva dentro de sí a su propio médico quien con su sabiduría viene a salvarnos. Todos debemos dar una oportunidad al médico que se haya en nuestro interior...". 
  Cada pueblo indígena tenía su propia explicación del concepto de enfermedad. Por ejemplo los mayas creían que todas las enfermedades se debían a la combinación de dos factores: la provocación de un hechizo y su llegada al enfermo a través de los vientos (en una clara interpretación de la unión entre el componente mágico y la naturaleza). 

 El curandero maya era conocido como ah man. Cuando visitaba un enfermo llevaba consigo un atado de fetiches, entre los que destacaba el dios Ixchel, y lo colocaba junto a la cabecera del enfermo. En el atado además llevaba una quijada de tapir, trozos de cola de manatí y hierbas medicinales. Su ceremonial continuaba con esparcir incienso en la habitación y por último sacaba de su atado una serie de piedras que arrojaba al suelo, y de acuerdo con la disposición en que caían, sabría la suerte que correría el paciente. Obsérvese que este ritual es muy similar al de otras culturas tan distantes como la de los zulúes africanos. 
 Cuando ocurre la llegada de los españoles, los mayas creían aconsejable sacrificar a algunas jóvenes, para que sus dioses expulsaran al hombre blanco. Para ello, la víctima era arrojada a un cenote (especie de río subterráneo en la abertura de una montaña donde antiguamente se proveían de agua y en torno al cual erigían sus ciudades).

 En cambio para los aztecas, la enfermedad era provocada por "alguien" más que por "algo". Ese "alguien" era una persona que buscaba el mal del paciente y la enfermedad aparecía por la supuesta "introducción" de una piedra o un dardo dentro del cuerpo del enfermo sin que éste se diera cuenta (la teoría del "cuerpo extraño" común a casi todas las etnias nativas). 

 A tal fin, debía el curandero (denominado tícitl) "sacar" la piedra del cuerpo, lo cual se realizaba a través de masajes y oraciones. Una vez hallada la piedra, suministraba la medicina sacada de una bolsa llena de plantas medicinales. Llevaba consigo hojas con dibujos de las mismas (una especie de vademécum). La planta elegida era desmenuzada en polvo y soplada hacia la nariz del enfermo que debía inhalar en ese momento. En otras ocasiones era dada en infusión. 
  Creían que el viento traía la fiebre, la noche la ceguera y la lluvia las llagas o úlceras en los pies. Para los aztecas,la muerte era algo antisocial, negativo para el clan familiar. Temían que el alma del difunto pasara a formar parte de las fuerzas ocultas o poder invisible asociado al mal. Antes de morir, el enfermo debía confesar sus males o pecados: para ello el curandero soplaba humo de tabaco sobre la cara del paciente. En caso de confesar (por ejemplo si en vida no había honrado a los dioses) su alma se salvaría. 

 En las ciudades aztecas eran comunes los jardines botánicos, lo cual fue copiado luego por los europeos. Entre las plantas que cultivaban en estos jardines figuran el agave, jalapa, papaya, ulli, liquidámbar, etc.
 Dentro del contexto medicinal de la medicina incaica, las enfermedades eran provocadas por una fuerza oculta introducida en le organismo debido a la cólera de un dios, o por los maleficios proferidos por guerreros enemigos. Entre las plantas medicinales más usadas figuran la coca, guayabo, maíz, pinco-pinco, piñón, quina, ratania, etc. El alto grado de perfeccionamiento quirúrgico logrado por los incas se pudo apreciar a través de los restos de más de 10 mil cráneos trepanados, hallados en excavaciones arqueológicas, en muchos de los cuales se pudo constatarla supervivencia del enfermo al poder identificarse el tejido de granulación periorificial. 
 Entre los restos arqueológicos incaicos se pudieron identificar también puntas de flecha de obsidiana, las que acondicionaban para realizar la trepanación; navajas de tumi (un metal similar al bronce), escalpelos, pinzas y agujas de sutura. Otro concepto importante dentro de este concepto es el de las prohibiciones mágico-religiosas, conocida como tabú. Esta palabra de origen polinésico hace hincapié en la presencia de una fuerza mágica inherente a ciertos espíritus o personas y que es capaz de trasmitirse en todas las direcciones por medio de objetos inanimados. 
 Es común en grupos nativos del norte de la Argentina y Bolivia la tradición del "aicar", una especie de prohibición terminante a toda mujer encinta a participar en velatorios, visitar cementerios o "antigales" (restos arqueológicos donde subyacen "espíritus" de antepasados). En caso de no cumplir con este precepto, las consecuencias las padecerá el niño que lleva en su útero, el cual nacerá con deformaciones, retrasos mentales, o muerto.
 Por lo general, el niño que nace "aicado" debido a la ruptura del tabú por parte de su madre, es penetrado por un espíritu denominado sajra que inadvertidamente le introduce un hueso (teoría del cuerpo extraño) en su interior. 

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